Los 13 años son, según los expertos, el momento óptimo para la primera etapa en el extranjero, un gran paso que requiere mucha planificación.
Aprender un idioma no es tarea fácil, y si algo han demostrado los años en el currículum de los españoles, es que no sólo bastan las clases de colegio e instituto para dominar el inglés. Y menos todavía las recetas milagrosas de mil palabras. Los hechos así lo han certificado.
Entre los tipos de cursos más solicitados destacan los campamentos de verano para niños y jóvenes; el año escolar en el extranjero (entre 12 y 18 años de edad); o los programas destinados para familias, con clases adaptadas para cada uno.
La salida a otro país es aconsejable a partir de los 13 ó 14 años, aunque depende mucho de la madurez del niño. Si el chico o la chica se maneja bien con el idioma y tiene soltura, se puede adelantar un poco.
Lo importante es plantear el aprendizaje de los más pequeños como una carrera de fondo. Es preferible ir sobre seguro, aunque sea más lento, que acelerar y forzar la situación creando rechazo a esa lengua. El alumno tiene que estar motivado, no conviene plantearlo como castigo u obligación. También hay que valorar sus capacidades, su deseo de aprender, de probar nuevas comidas, de soportar frustraciones y desafíos diarios, de hacer frente a la soledad en determinados momento, de tomar decisiones….
Además, para atreverse con una inmersión de más de un par de meses es recomendable haber tenido contacto antes con el idioma. Para los más pequeños siempre es posible optar por un campamento de idiomas en España, desde los seis años.
Alonso de Gregorio, director asociado de la consultoría educativa The Georgian Manor House, recomienda una experiencia académica previa de verano en un internado inglés o americano. «Se trata de programas en los que los alumnos no sólo dan clases, sino que siguen el horario típico de allí y combinan el aprendizaje con deportes y clubes. Así se acostumbran a la vida e idiosincrasia de estos sistemas mientras aprenden inglés en profundidad, lo que les prepara para enfrentarse a una experiencia más amplia».
Para este profesional, el principal error que cometen los padres a la hora de orientar el futuro de sus hijos es el de basar sus decisiones en estímulos externos. Prestamos más atención a los que nos dice un conocido, a lo que leemos en la prensa o lo que hace un familiar, que a la personalidad y verdaderas capacidades de nuestro hijo, cuando es ahí donde se encuentran los ingredientes para que pueda brillar el día de mañana.
«Se trata sobre todo de ver la tolerancia a la frustración del niño, es decir, su capacidad de enfrentarse a las dificultades de la vida y reponerse del fracaso. También hemos detectado que el rol que juegan los padres puede ser decisivo a la hora de que el alumno se adapte. Por ejemplo, hay algunos que no dejan ni el espacio ni el tiempo al estudiante para que se integre adecuadamente». Para De Gregorio, lo primero que mejoran es su autonomía. «Se vuelven independientes y aprenden a organizarse por sí solos, lo que repercute positivamente en su autoestima. Están más seguros de sí mismos, se vuelven más atrevidos y por ende más emprendedores».
Referencia:
Macarena P. Lanzas, El Mundo 16/03/2016 – Extra «Estudiar en el Extranjero»